Nuestro
corresponsal en Madrid, Zehmet Ntodo, nos envía un reportaje del desfile de
gala celebrado este 12 de Octubre para celebrar la fiesta patria de España. El trabajo de Zhemet nos llega debidamente
complementado con instantáneas que corroboran sus observaciones y comentarios.
Corresponsalía
especial de Zhemet Ntodo
El
desfile cívico militar de esta fecha, militar por su esencia y cívico por los
políticos asistentes (casi tantos como los militares), se caracterizó por pocos solados y algunos caballos marchando
al ritmo de pasodobles, que ocuparon a lo largo de una hora el Paseo de La
Castellana, específicamente las cercanías de la plaza de Neptuno, mejor
conocida como "hogar colchonero".
Poco
antes de las nueve y media de la mañana, mil doscientos cuarenta y tres
curiosos y dos perros ya se habían agolpado tras las barreras colocadas en las aceras para
tomar nota del previo desfile de indeseables disfrazados de políticos que se
acercarían al festejo. A las diez menos cuarto empezaron a merodear por el lugar los representantes de la clase política,
todos trajeados según el protocolo, ellas vistiendo conjuntos de falda y
chaqueta y ellos con traje oscuro y corbata, en ambos casos mal habidos con
dineros públicos.
Siendo
las diez en punto, la cabalgata, mejor dicho la motorgata porque se trataba de vehículos a motor, hizo
su aparición en la distancia. Se trataba de 15 Harley Davidson que custodiaban seis
coches negros de alta gama que traían a los miembros de la Casa Real. Inmediatamente
los políticos corrieron a la Tribuna de
Segunda reservada para ellos, mientras Don Mariano y el Ministro de la Defensa
se plantaban en el sitio donde debía detenerse el coche real. Pero ¡OH sorpresa!
el Rey no apareció. En su lugar había mandado a su hijo Felipe aduciendo que le
estaban prodigando labores de mantenimiento. “Otra vez” exclamó Mariano sin
medir las consecuencias. Un gordo de uniforme y muchas medallas plásticas en el
pecho, le dio una patada discretamente ordenándole callar y bajar el cogote.
Felipe
y su mujer emergieron del coche, deslumbrantes bajo el sol matinal madrileño.
El Príncipe lucía un traje verde de lana color Espinards a la Creme y una gorra
de plato a juego, recamada en oro al estilo Pur-Qoix. Cruzando su hermoso pecho,
algo recargado de condecoraciones provenientes del Rastro, una banda azul
celeste en seda natural culminaba en un lazo exagerado a nivel de la cintura.
Sujetando chaqueta, manteca y lazo, un cinto dorado a juego con la gorra, se
cerraba con hebilla del noble metal. Completaban su atuendo un par de zapatos
de charol negro con trenzas, los mismos que calzó para el desfile del año
pasado.
Doña
Sofía, evidentemente desmejorada desde la última vez que la vimos, lució un
conjunto de chaqueta delicadamente elaborada con pana de pelo corto en rosa tierna.
La falda, a media pierna, mostraba arabescos granates sobre fondo marrón
charcoal, una combinación exitosa empleada recientemente por Cocó Chanel sobre
Ava Garner. Las piernas, evidentemente delgadas, terminaban en zapatos granate
y tacones de 15 centímetros que pretendían disimular su estatura.
Los
Príncipes se dirigieron a la Tribuna de Primera. Las breves notas del Himno de
España llenaron el ambiente mientras los uniformados saludaban militarmente,
con mano firme y vista al frente. Vimos a Felipe distraer la mirada varias
veces hacia la derecha, aunque no pudimos precisar la razón de sus desvíos. Pensamos
que podría tratarse de alguna dama con más carnes que Leticia o quizás sospechaba
que pudiesen estar repartiendo algunos sobres al estilo del PP y que alguno a
su nombre pudiera perderse entre los invitados.
Tras
el Himno, poco celebrado porque nadie lo acompañó con el acostumbrado talara-talara-talara-ra-ra-ra-ra,
Felipe bajó al mundano asfalto y dedicó un cuarto de hora a pasear frente a
varios militares firmes cual postes de teléfono, saludándoles militarmente. Mi
asistente experto indicó que se trataba de una inspección militar, si bien no
vi que registraran a ningún soldado para ver qué llevaba en los bolsillos o
debajo del sombrero. Seguidamente el Jefe, o sea Felipe, volvió a su tribuna
mientras los soldados procedían a colocar una corona vegetal (de hojas solamente)
ante el cercano Monumento a los Caídos. Mientras lo hacían, un cura invisible recitaba
un exorcismo para ahuyentar los malos espíritus, o sea los espíritus de los enemigos
que pudieran haberse colado entre los muertos españoles.
Debo
confesar que en ninguna de mis travesías en coche por los lados de Neptuno
había visto el Monumento a los Caídos. Más aún, juraría que he dado vueltas por
la rotonda y pasado por encima del monumento sin chocarlo. Seguramente se trata
de algún monumento milagroso que solamente podemos ver y tocar el 12 de
Octubre.
Mientras
colocaban la ofrenda vegetal ante el Monumento, la Patrulla Aérea que llaman
Aguilucho, Aguila, Perdiz o algo parecido, hizo una pasada por el cielo del
lugar dejando 7 estelas de humo, una por cada aparato. El humo rojo se veía
bien pero el amarillo era más claro de lo esperado, casi blanco sucio. En pocos
segundos las estelas se disolvieron en clara alusión al estado político actual
del Imperio Español. Estaba todo planificado al detalle.
Dejémonos
de disertaciones y entremos en la materia que interesa: el desfile.
Empezó con la Guardia de Honor marchando ante las tribunas, muy vistosa y
arregladita con uniformes nuevos en dos tonos que contrastaban con la banda
azul cielo del Príncipe. Siguió un pelotón de la Guardia Civil, francamente
decepcionante. Ninguno llevaba las manos a la misma altura, las filas estaban
torcidas y los tricornios rectos o ladeados a gusto del que lo sufría. Quizás este
desmadre se debía a que los chicos han heredado el remordimiento por los
trabajitos que les tocó desempeñar durante 40 años de Dictadura.
Los
marineros de la Marina (redundancia inevitable) aparecieron a continuación luciendo
abrigos hasta la rodilla elaborados con lana merina en azul marino y botones
dorados. Desfilaron derechitos y marcando el paso con precisión. Se nota que al
estar en tierra firme su paso es más seguro ¿Dije que llevaban zapatos negros?
Pues sí, eran negros, aunque no de charol. Les siguió la Infantería de Marina, con paso
firme y filas torcidas. Esos chicos no lograrían el primer puesto en ningún
concurso de desfiles. A continuación pasaron los paracaidistas luciéndose con
pasos enérgicos y precisos. Hicimos el esfuerzo de ubicar entre los
paracaidistas a la Alcaldesa de Madrid y la Presidenta de Andalucía, pero no
alcanzamos a identificarlas.
Seguidamente
pasó el Batallón de Escaladores, todos hermosísimos en sus vestidos blancos, vaporosos
pero demasiado holgados para mi gusto. Portaban unos palos largos con ganchos
que afeaban el conjunto y daban la impresión de estar ante un grupo de
asaltantes de bancos o yayo-flautas. No sabemos a qué deben su nombre porque
nunca los hemos visto en las competencias de escalamiento. Tras los chicos de
blanco pasaron los super hombres de La Legión. Llegaron con su dichosa cabra
aunque ésta parecía macho. La cabra fue lo mejor del desfile, marcial y serena
cuando pasó ante la Tribuna marcando el paso con la vista al frente. Los
legionarios en cambio, demostraron que desfilar no es lo suyo. Andaban al paso
redoblado siguiendo hipnotizados a un malabarista que jugaba con un batón, su
estrategia para desviar la atención del pelotón porque cada legionario andaba
por su lado, todos apurados para llegar a algún sitio que no pudimos precisar.
Les
siguió la Legión de Melilla, con trajes de caqui color caqui adornados con fajas
y bandas de rojo. Lucían guarda brazos, gorros moriscos, botas del pie
izquierdo y capas blancas. O sea, un conjunto estridente que ofendería al más
estoico. Me sorprendió agradablemente su paso marcial y lento, seguramente
apropiado para desfilar por las dunas del Sahara, donde los zapatos se hunden y
cuesta recuperarlos.
La
Caballería Real, disfrazada con uniformes napoleónicos, siguió a los
encapotados de Melilla. Su aparición
solamente puede ser calificarla de infame, indigna de llamarse “Real”. Llevaban
caballos de distintos colores y ninguno guardaba el paso Se diría que ninguno
de aquellos animales había entrenado bajo un sargentos que cantase el consabido
“uno, dos, uno, dos …” Tres de los caballos descargaron sus barrigas justo
cuando pasaban ante el Príncipe, lo que constituye una falta de respeto que
podría terminar con sus cuartos traseros en la jaula de los leones. En medio de
aquel desorden caballar pudimos ver percherones que desfilaron sin siquiera
saludar a las autoridades,. arrastrando carrozas, carros de provisiones y cañones
de juguete pintados al estilo de los modelos a escala, pero sin gracia ni
carácter marcial.
A
la formación Real le siguió la Caballería de la Guardia Civil. Muy vistosos los
jinetes con sus tricornios adornados en oro y disfraces napoleónicos. Lo más
importante: todos los caballos eran castaños y marchaban en formación cerrada,
juntitos y muy bonitos.
Inesperadamente
la formación de los siete aviones volvió a rasgar los cielos. Venían desde
Zaragoza, asustados por una procesión de gigantes y cabezudos que tomaron por
una invasión de extraterrestres. Pasaron soltando leches con dirección A Coruña
y en ese momento se acabó el desfile. No hubo tanques ni cañones, no vimos
camiones con misiles de largo alcance ni bombas atómicas, las lanchas de goma y
portaviones tampoco llegaron, ni siquiera pasaron los helicópteros tirando
confeti y caramelos. En suma, un verdadero fiasco que terminó cuando Felipe
bajó de la Tribuna llevando a Leticia del brazo y dándole la espalda a los
invitados, hizo un ademán como llamando un taxi.
El
Príncipe se detuvo sobre el asfalto para hablar brevemente con Mariano y un
viejo flaco, casi difuso, que tenía algo que ver con el festejo. Mi experto
asegura haber leído los labios del Príncipe cuando dijo: “Les espero en La
Zarzuela para echarnos unos tragos”.
Mientras
hablaba con los dos vejestorios, apareció la motorgata, o sea las motos y… ya
me entienden. Leticia subió al tercer coche, Felipe plantó a sus interlocutores
y se acomodó al lado de su flaca. Un monosabio se acercó en actitud servil, cerró
la puerta y se largaron los coches.
Mi
asistente y yo permanecimos unos segundo más en el sitio para analizar los
acontecimientos. Nada especial, nada que hubiese valido el sacrificio de dejar
la cama antes de la hora del vermouth. Los mismos soldados y soldadas marchando
más o menos al paso, algunos con precisión, otro no tanto. Los mismos
uniformes, como si la moda no les afectara, igual profusión de generales
andando fuera de la vertical por las condecoraciones y adornitos de latón que se
cuelgan en la solapa izquierda, el mismo público aplaudiendo sin entusiasmo,
los mismos niños viendo pasar algo que solo sirve para malgastar el dinero de
los contribuyentes, los mismos…
Vaya
desfile pobre y sin sal. Mejor hubiera sido meternos en cualquier bar por los
lados de Hortaleza y Fuencarral para pasar el rato entre cervezas y gambas al
ajillo.
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