En mis años juveniles, construí más de un boomerang y me ejercité lanzándolo
como señalaban las instrucciones, convencido de que volvería girando a mis
manos. Jamás lo logré, seguramente porque se trata de una habilidad que Dios
reservó para los nativos australianos. A los occidentales el término
“boomerang” solamente nos sirvió como vocablo asimilado a los diversos idiomas para señalar una acción que lanzas al aire con la seguridad de que tarde o
temprano volverá a ti.
Puedo recordar campañas sociales que empleaban este concepto, entre ellas el “boomerang de la caridad” o el “boomerang de la salud”, todas sugiriendo que el bien que hagas a otros te será retribuido. En España para no ir más lejos, se está empezando a percibir el efecto que yo llamaría el “boomerang político”. Correspondería al sentimiento anti catalán que durante cientos de años se ha venido sembrado desde Madrid y que en Cataluña ha dado por resultado el desprecio a lo castellano, repulsa a lo madrileño y clamor de independencia.
Es un hecho largamente comprobado que a nivel político hablar mal de Cataluña, despreciar a los catalanes y ofenderles genéricamente con términos como “malditos”, “criminales”, “avariciosos” o simplemente “hijoputas”, ayuda a cosechar votos. La política española se ha llenado tradicionalmente la boca hablando pestes de los catalanes, cual gesto patriótico de compromiso para defender los intereses de España. La inesperada voltereta política de UPyD en Asturias es un ejemplo típico de esta perversión anti catalana. Con el propósito de preparar el camino para la puñalada contra el PSOE gobernante en Asturias y al mismo tiempo allanar el camino hacia su reelección al frente de UPyD, la diputada Rosa Diez lanzó un encendido discurso en el Congreso de Diputados, exigiendo el voto contra la consulta popular que pretende Cataluña. A su vez, los socialistas catalanes, temerosos de votar contra España, se abstuvieron a la hora de votar, actitud que causó gran malestar en el PSOE.
Pasada una semana desde la pirueta de UPyD, el PSOE sigue
sin entender que PSC no haya traicionado a Cataluña como ha es habitual y uno de los fósiles socialistas, Alfonso Guerra, ha llegado al extremo de pedir que el
PSOE prescinda de los socialistas catalanes y ponga tienda aparte en Barcelona,
sin comprender que Cataluña ya no se considera parte de España.
Muchos
de los españoles que llegaron a Cataluña durante la dictadura de Francisco
Franco, siguen siendo españoles de corazón y añoran sus años juveniles en los
pueblos de Andalucía y Extremadura a los que siempre han
aspirado volver. Es
comprensible que a pesar de los años transcurridos, para ellos Cataluña siga
siendo el lugar de trabajo que algún día dejarían para volver a su terruño. A estos
españoles les sigue molestando escuchar un idioma extraño, vivir entre gente
que no es ni se siente española y en consecuencia comparten la expresión
“maldito catalán”. Naturalmente estos españoles votan según los dictados de
Madrid, pero sus hijos piensan y sienten distinto; han nacido y se han educado
en tierra mediterránea y piensan en catalán.
Ante
los actos de secesión de Cataluña, el Gobierno Nacional había pecado de
indiferente al comienzo y luego amenazando con La Constitución a manera de
piedra arrojadiza. A pesar de comprender la gravedad de la situación y la
necesidad de atender el tema con criterio político, los Poderes del Estado evitaban tomar la
iniciativa del diálogo, actitud que ante su electorado les habría degradado. La
población de España no está preparada para aceptar que su Gobierno se rebaje a
hablar con “los malditos catalanes”, ese hatajo de indeseables que ni siquiera
agradecen los esfuerzos que hace España para mantenerlos con vida.
Pero
el boomerang de la perversión dialéctica ha comenzado a regresar a sus fuentes y
hay razones para creer que causará destrozos. Ya se están escuchando voces
autorizadas sugiriendo que España sin Cataluña es un proyecto imposible. El
titular de Hacienda, hasta hace pocas horas despectivo y castigador, empieza a razonar que Cataluña necesita mejor trato presupuestario y algunos ya han admitido
que Cataluña aporta a España recursos financieros determinantes para sostener al
resto de esa Nación. Hasta el Ministro Wert, que ayer pregonaba su empeñado de
españolizar a los catalanes, ha admitido que su proyecto no es viable.
Lamentablemente
para ambas partes, la secesión de Cataluña es un camino sin retorno. La
hidalguía española ha abusado en exceso y por demasiado tiempo de los
catalanes. El concepto de que Cataluña es propiedad de los españoles sigue
arraigado en los votantes, igual que su desprecio sin límites a la cultura
mediterránea. Los encargados sobresalientes para manifestar el rechazo a
Cataluña son los vecinos aragoneses, cuyos
legisladores han llegado al extremo de insultar al catalán cambiándole el nombre oficialmente, otra ofensa que costará olvidar, igual que la negativa de Aragón de 2008,
de cedernos agua mediante trasvases cuando la sequía amenazaba a Cataluña.
Cuando
el Gobierno de España decida mover ficha en el desencuentro catalán, seguramente llegará tarde, siete años tarde. La solución que estarían incubando en Madrid, la que llaman
“Tercera Vía”, consistiría en una especie de federación que le diese autonomía
financiera a Cataluña. Pero es difícil que España ofrezca esta opción porque le
enfrentaría al país entero y al hambre colectiva. Más difícil será que la
aceptase el colectivo catalán porque ya no se trata de insatisfacción económica solamente.
El problema actual es de rechazo abierto a España, a su nacionalidad y sus leyes, a
los toros y el fandango sin fin, a los fiscales cómplices, jueces negociables y el Tribunal Constitucional, al triste espectáculo de la Familia Real y la Iglesia Católica, al Valle de Los Caídos y la Falange disfrazada de PP,
a la oligarquía estafadora y su prensa servil, a las amenazas y a los
bombardeos… En suma, a su pasado y a su presente.
A
pesar de las amenazas constantes que vienen desde España y a su actividad internacional
disuasoria, los catalanes mayoritariamente pensamos solamente en celebrar la
despedida con un cordial
GOODBYE SPAIN
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