A
la muerte de Francisco Franco las corrientes de los poderes social, económico y
político optaron por probar la democracia a pesar de la oposición militar que
pretendía continuar disfrutando del poder y beneficios que ello le permitía. Quizás
fuera el temor al ruido de sables lo que condujo las conversaciones hacia los
acuerdos de la “transición política”, conscientes todos de que tras ese período
de paz provisional, deberían sentarse las bases de la paz duradera, un sistema
político democrático y moderno que garantizase la justicia social y el avance
tecnológico.
Lamentablemente
la etapa de “transición política” nunca fue revisada y con el paso del tiempo
España ha ido involucionando al estado social que imperaba antes de la
República. No perderemos el tiempo hablando de la Casa Real ni de la oligarquía,
de los bancos, Iglesia y partidos políticos, porque todos sabemos que, salvo
contadas excepciones, se trata de personajes dados a una forma de vida que prescinde de los principios
morales. En lugar de ello miraremos hacia el resultado de
la falta de justicia y el efecto que ha dejado en la memoria colectiva.
Que
la Segunda República demostró ser un experimento mal llevado, protagonista de excesos y crímenes imperdonables, es cierto. Que pagó por todo
ello con creces también lo es. Contra la República se levantaron en armas la
oligarquía, Iglesia y Ejército y la sustituyeron con una dictadura fascista. Para ello se aliaron con el peor
y más sanguinario enemigo de la humanidad, Adolfo Hitler, sin que una sola gota
de moralidad hiciese temblar sus manos. Persiguieron a los dirigentes republicanos
y simpatizantes más allá de las fronteras de España, una persecución que se
extendió a lo largo de 45 años de torturas, asesinatos masivos y sistemas de
esclavitud que nadie podrá esconder ni justificar porque el Valle de los Caídos es el testigo mudo de ese horror.
La
“transición política” ofreció unos años de tranquilidad social que permitió a
ETA bajar las armas, aunque pronto comprendieron que los enemigos de la
libertad continuaban al frente del país. Renacieron sus atentados, aunque
ninguno tan sonado como el que enseñó a Carrero Blanco los rudimentos de
la aviación. Los actos de ETA duraron hasta 2011, cuando anunció que dejaba la guerra armada. Todavía no ha entregado las armas, ni lo hará, en
previsión de lo que el Gobierno de España pudiese hacer contra sus intereses
políticos.
Desde 1930 nadie ha pedido perdón por sus crímenes, nadie ha ofrecido
repararlos, nadie ha expresado remordimiento y desde 1978 el Gobierno de España ha impedido que
los crímenes de la Dictadura sean juzgados. Los verdugos se mantienen erguidos enarbolando su
derecho de matar para “salvar a la Patria”, aunque es evidente que solo
mataban para resguardar e incrementar su hacienda.
Este
21 de Octubre, el Tribunal de Estrasburgo ha sentenciado contra la Doctrina
Parod impuesta por España, que castiga el crimen y especialmente el terrorismo,
de manera especial. Los gritos de las víctimas de ETA han vuelto a escucharse
para rechazar la liberación de sus verdugos, un clamor que me recuerda el
silencio de las víctimas del fascismo español y el llanto de quienes nunca han
podido enterrar los restos mortales de sus seres queridos, porque el Estado obstruye su derecho a encontrarlos.
Los
terroristas etarras operaban bajo la persecución armada de España y Francia.
Los terroristas de Falange en cambio, mataban con la autorización y protección
del Estado Español ¿Quiénes resultan más repulsivos? Los dos son igual de
cobardes; ambos mataban sin darle oportunidad a sus víctimas de defenderse, ni siquiera de explicarse. Unos mataban con tiros en la cabeza y los
otros con bombas bajo el coche. Los fascistas mataban vistiendo uniformes de la
Guardia Civil o camisas negras y los etarras disfrazados de gente decente.
Hasta
este momento los etarras no han pedido perdón a sus víctimas; los fascistas
tampoco ¿Han sugerido los etarras que se arrepienten de sus ataques? En absoluto y
los fascistas tampoco. Las diferencias quizás se limitan a que ETA ha sido y sigue siendo perseguida por el Gobierno de
España y en cambio la Falange continúa siendo públicamente condecorada por sus crímenes, como hiciera la Representante de Madrid en Barcelona a comienzos de este año.
Lo
siento por las víctimas, de uno y otro bando, yo entre ellas porque el odio
continuará vivo en España hasta que se castigue a todos los criminales que siguen libres, igual que siguen vivos los símbolos de ambos bandos.
El odio de las víctimas continuará enfrentando a los españoles mientras los protagonistas de los crímenes sigan impunes o peor aún, recibiendo condecoraciones y disfrutando de las ganancias. Por ello el odio en España se sigue cocinando en una olla que tarde o temprano puede explotar y revertir la historia al primer cuarto del siglo pasado.
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