Preocupado
como los demás catalanes por el conflicto que enfrentamos con España, me
trasladé dos semanas atrás a Madrid para imbuirme del pensamiento españolista y
así comprender mejor la posición de aquella gente. Además del contacto intenso
con la basura que prestaba un ambiente medieval a la ciudad, me reuní con
diversos fabricantes de opinión, los mismos que diariamente llenan las
pantallas de la tele para decirle a los españoles aquello que deben hacer,
rechazar, abrazar u odiar. Ellos me explicaron su realidad y hoy, con tal
bagaje de conocimientos actualizados, me siento preparado para explicar el
conflicto histórico entre el Reino de España y Cataluña.

Ante
todo debemos aceptar que es imprescindible comprender ambas culturas (si así podemos
llamar también a la idiosincrasia española) y asumir las posiciones e intereses
de ambos protagonistas. Solo así podemos analizar las verdaderas causas del
antagonismo permanente que, lejos de ser económicas como sospechan en Madrid, tienen
sus orígenes en la historia manipulada, el maltrato a la colonia, el vejamen
oral a los siervos y el veto al Catalán. A pesar de lo evidente, estas perversiones
son incomprensibles para los castellanos debido al deterioro neuronal con el
que Mater Natura les ha castigado.
Es
un hecho científicamente demostrado que los “mesetarios erectus” poseen
neuronas devaluadas, venidas a menos a causa de los garrotazos que se
estuvieron propinando mutuamente durante siglos. Debido a tantos golpes su ADN
se vino a menos, quizás por ello en Cataluña hemos malinterpretado el
sentimiento madrileño. Creemos que los mandamases españoles odian el Catalán
cuando en realidad se trata de incomprensión. Los castellanos no pueden entender
que los catalanes no estemos emparentados con ellos, o sea que no seamos
españoles. Ni siquiera su mente más preclara, el señor Wert, puede descifrar
por qué en Cataluña hablamos comúnmente dos y tres idiomas mientras que en el
resto de la Península solo puedan hablar una que otra derivación del romance
castellano. De ahí que pretenda prohibirnos ser políglotas.
La
Historia peninsular, la única divulgada en las tierras que se extienden entre
el Ebro y Portugal, fue elaborada para justificar los robos de los franceses, los
mismos que siguen reinando en España. Se trata de un texto encomendado a
escritores profesionales y redactado según pautas diseñadas para adaptar el vulgo
español al servilismo, el hambre y la creencia de su propia valía e
inteligencia, todo lo contrario a la realidad porque, admitámoslo, seguir
siendo siervos satisfechos de esa Casa Real requiere un alto grado de
imbecilidad, la misma que permite seguir añorando los peores años de la
brutalidad estatal.
Obedeciendo
a esa mentalidad cuaternaria, la administración del gobierno se entiende como
un ejercicio del terror. Este esquema básico no admite consultas, entendimiento
ni convencimiento, únicamente la fuerza, método que han empleado los Borbón
para asegurar la obediencia del vulgo español durante trescientos años. Es cierto
que esa dinastía cedió medio siglo a manos de Francisco Franco, la bestia que
empleó el mismo método terrorista con volumen ampliado en el Siglo XX. Guiado
por la máxima que reza: “con el éxito no se discute”, el Gobierno Español no
cambiará de curso, pues su deficiencia neuronal le impide buscar, mucho menos
analizar, otras vías.

La
deficiencia neuronal de los españoles se demuestra especialmente en los órganos
del Gobierno. Su Poder Legislativo está constituido mayoritariamente por
ejemplares desprovistos de capacidad analítica. Sus Diputados y Senadores son
entes presenciales carentes poder decisorio para que no cometan estupideces. De
hecho podrían ser sustituidos por fotografías o por robots que apretasen botones según la
instrucción emanada del centro de control. A su vez el Poder Ejecutivo está
encabezado por tipos como Aznar, Zapatero o Rajoy, a cual más obtuso. Son
víctimas de la deficiencia neuronal que también se refleja en las groseras
demostraciones del Poder Judicial, incapacidad que Europa se ve obligada a
corregir constantemente. En la dirigencia social española esta tara también es
moral. Allí también impera la deshonestidad sistematizada y protegida por el
Poder Judicial. Desde luego esta situación contrasta con la moral europea que
desecha y enjuicia a cualquier político cuya honestidad entre en duda.
Aceptemos
pues que nuestras malas relaciones se deben a la incompatibilidad neuronal.
Mientras que los catalanes somos estudiosos, industriosos y trabajadores,
artistas, deportistas y sobre todo demócratas, la mayoría de los españoles son
zopencos y vagos, borrachos, mantenidos y groseramente totalitarios. Se trata
de una diferencia abismal que se evidencia al comparar la dirigencia catalana
personificada en Artur Mas y Durán Lleida, con la mediocridad española
representada por Mariano Rajoy y Ana Botella.
En
la arquitectura también es evidente la diferencia cuando comparamos el pueblo
grande y desordenado que es Madrid, por muy adornado que esté, con la
metrópolis catalana, ejemplo mundial de urbanismo racional desde 1860. Y en deportes olímpicos Barcelona sigue siendo la excelencia de organización y Juegos a seguir, mientras que Madrid es el máximo
ejemplo del ridículo.
En
conclusión, los catalanes debemos limitarnos a deshacernos del lastre que
representa España, sin odios ni rencores. No hagamos caso a las fobias
lingüísticas y sigamos comunicándonos en Catalán, Inglés y Español, mientras
ellos siguen hablando esa mezcolanza conocida como Charnego en sus diversas
modalidades. Al final resultará que el idioma Español se salvará gracias a los
catalanes. No permitamos que las estupideces ministeriales nos distraigan del
camino hacia la independencia, al contrario, esforcémonos con más ahínco si se
puede.
El
tema de la Comunidad Europea debe dejarse en suspenso, pero recapacitemos que
Suiza debe de tener razones poderosas para mantenerse al margen de ese
organismo. Tampoco pasemos por alto que somos parte indivisible de Europa y que
seguiremos siéndolo, a menos que cambie la geografía de este Continente. Nunca
olvidemos que nuestra vocación es de apertura al mundo, como lo venimos
haciendo desde hace más de diez siglos y no permitamos que la fábrica de miedos
que funciona en Madrid nos asuste. Se trata de amenazas propias de los brutos,
gente que, incapaz de convencer, prefiere amenazar. Lo han estado haciendo a lo
largo de tres siglos, ignorando que el tiempo ha pasado y la paciencia se ha
agotado.
En
cualquier caso, tras la separación deberemos insistir en las buenas relaciones
con los españoles y ayudarles a soportar la pérdida económica que representará
haber perdido la colonia Cataluña. Si fuera posible y soportable, mantengamos
nuestra ayuda a España hasta que aprenda a andar sola. Tendremos que ayudarles
a despertar del sueño de grandeza imperial, terminar de hundir la Armada
Invencible, convencerles de que necesitan menos vino, menos fandango, menos
siestas, más seriedad, más estudio y más trabajo.
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