martes, 7 de enero de 2014

RECONCILIACION DE ESPAÑA: TAREA IMPOSIBLE

Me asombra escuchar hablar de “reconciliación” cuando los políticos españoles se refieren a la necesidad de olvidar el pasado anterior a la era seudo-democrática y tender la mano franca entre los protagonistas del terror y sus víctimas. Ese concepto debería ser un hecho natural dentro de una democracia occidental, pero en España no funciona porque el discurso es de labios hacia fuera solamente. Internamente, dentro de cada pecho español, el recuerdo y eventualmente el odio, siguen bullendo a la espera de una oportunidad de revancha. También llama la atención que de la reconciliación entre etarras y sus víctimas nadie diga una palabra; al contrario, la asociación de víctimas del terrorismo de ETA parece aspirar que sus miembros puedan aguardar la salida de reos al final de sus condenas para tirotearlos a la vista de la prensa.

 En ese momento me detengo porque pienso que debería de haber empezado esta columna con una breve clasificación de las víctimas de la violencia en España y de sus verdugos aunque, en mi opinión, casi todos los españoles, de una u otra forma y en diversos grados, reúnen un poco de ambas condiciones.


VICTIMAS:  son aquellos que, desde comienzos del siglo pasado, han sido asesinados heridos, torturados, desposeídos, perseguidos, ignorados y sufrido de alguna manera las acciones criminales del Gobierno. También debemos calificar de víctimas a sus descendientes, ascendientes y otros deudos que sufrieron y siguen sufriendo las consecuencias de su ausencia y el recuerdo de su triste destino.

VERDUGOS: son aquellos que directamente o en grado de colaboración ejecutaron, ayudaron a ejecutar o administraron los crímenes contra una población indefensa. Son verdugos aquellos que asesinaron curas clavándolos a las puertas de sus iglesias, así como los curas que instalaban nidos de ametralladoras en los campanarios. Son verdugos los que pegaban tiros en la nuca a gente arrodillada a la vera de los caminos de Andalucía y Cataluña, los que tras concluida la Guerra siguieron torturando, los jueces que empleaban el saludo fascista tras dictar las condenas a muerte que ordenaban los jefes militares. Son verdugos los que robaron bienes que todavía disfrutan, aquellos que aún hoy impiden que las víctimas recuperen los restos mortales de sus seres queridos y los que siguen ondeando las banderas de organizaciones criminales y condecorando a verdugos notorios. Y naturalmente son verdugos quienes recientemente han seguido poniendo bombas para enviar sus enemigos al Cielo sin darles tiempo a rezar un Padrenuestro.



Cualquiera pensaría que las condiciones sugeridas para ser “verdugo” reduciría sus filas a unos pocos y en cambio generalizaría a sus víctimas, pero no es cierto. España es un país cuyos habitantes se dividen casi a partes iguales entre ambos bandos. Algunos, como sucede en el País Vasco, son víctimas por la parte de sus ascendientes y verdugos por mano propia. Se trata de un país en el que ser hijo o nieto de víctimas constituye un motivo de prestigio social y confiere el derecho de venganza, de lo que se deriva que allí los Gobernantes sean anti España. En Madrid sucede todo lo contrario, sus Gobernantes siempre son hijos de verdugos y se caracterizan por las mismas aficiones. El actual Ministro de Relaciones Justicia es un dignísimo descendiente del fascismo más crudo y seguidor fiel de esa doctrina. La Ministra de Sanidad, siguiendo el ejemplo de sus ancestros falangistas, es un alma pura que desconoce cómo y por qué en su garaje aparecen coches de muy alta gama sin previo aviso. El Ministro de Hacienda patrocina que los bancos esquilmen a sus ahorristas mientras altos miembros del Poder Ejecutivo y algunos alcaldes continúan condecorando públicamente a organizaciones criminales que se adornan con la cruz gamada y mirando con simpatía los actos terroristas de la Falange Española.
 
Frente a tanto despropósito, en el País Vasco y Navarra, ciudadanos y autoridades parecen apreciar a los miembros de ETA cual héroes patrios y celebrando sin cortapìsas su liberación de las cárceles españolas. Esta actitud habla con claridad de su tendencia anti España, país cuyos Gobiernos y clase dominante insisten en exigir que ETA pida perdón por los ochenta y tantos asesinatos cometidos en el pasado e inmediatamente entregar las armas que todavía posea. Serían esas las dos acciones puntuales que determinarían lo que definen como “rendición incondicional” sin “reconciliación”, un concepto que no tiene cabida en la mentalidad conservadora española, como tampoco caben las huellas de los fusilamientos en las paredes de la iglesia S. Felipe Neri de Barcelona que vemos bajo estas líneas.  



Sobre la tal “rendición incondicional” existen algunas consideraciones: en primer lugar es difícil de rendir las armas ante aquellos que aún hoy defienden el derecho de sus padres para haber asesinado y desposeído a centenares de miles de personas a lo largo de 40 años después de la Guerra Civil. Y en lo referente a pedir perdón ¿Alguien puede esperar que el hijo de un vasco asesinado por las hordas de Franco en el recodo de un camino, vaya a bajar la cabeza ante los herederos del fascista que mató a su padre? Un Gobierno tan poco fiable como el de España, tampoco debería esperar que sus víctimas entreguen las armas y queden a merced de un vencedor con ideas y antecedentes criminales abrumadores.

 Nadie puede aspirar en la paz espiritual y reconciliación en un país cuyo Ministro de Interior, lejos de extender la mano en son de paz, se expresa con tal odio que no puede negar sus ideales totalitarios. Se trata de un personaje que emplea expresiones aterradoras y groseras cuando califica de criminalidad el descontento que caracteriza en esta época a las clases populares, a las que agrega sanciones ejecutivas para aquellos ciudadanos que expresen quejas públicamente ante sus representantes parlamentarios y la sede del Poder Popular. Sus discursos son copiados de aquellos que dictaba el Eje Berlín-Madrid de 1937, no del Siglo XXI y de un país que inexplicablemente pertenece a la Unión Europea.

Tras 35 años de cleptocracia España sigue siendo un país de odios y continuará hundido en el recuerdo de las décadas de terror que protagonizaron comunistas y fascistas durante medio siglo hasta la muerte de Francisco Franco. La única posibilidad de acelerar un proceso parcial de paz verdadera consistiría en la separación política de las regiones más castigadas por la violencia castellana: el País Vasco y Cataluña. Ambos procesos secesionistas constituyen una necesidad evidente que España, cual país colonialista y cosechador de odios, jamás admitirá por las buenas. Por ello me atrevo a afirmar que la paz no volverá a España hasta que los huesos ya pulverizados de los descendientes de los asesinos y de sus víctimas hayan sido barridos por el viento.