lunes, 21 de octubre de 2013

ESPAÑA, UNA OLLA DE ODIOS


Ochenta años después de que la República ascendiese al poder en España, el odio sigue dominando su sociedad. Quien niegue este hecho es porque quiere negar una realidad que todos los que nos visitan ven casi de inmediato. El sol de las playas mediterráneas y colorido de las fiestas pueblerinas no logran esconder la realidad de este país. Las heridas que dejaron los pocos años del régimen vengativo republicano y los 45 de terror fascista que protagonizó la Dictadura Franquista, siguen abiertas.

A la muerte de Francisco Franco las corrientes de los poderes social, económico y político optaron por probar la democracia a pesar de la oposición militar que pretendía continuar disfrutando del poder y beneficios que ello le permitía. Quizás fuera el temor al ruido de sables lo que condujo las conversaciones hacia los acuerdos de la “transición política”, conscientes todos de que tras ese período de paz provisional, deberían sentarse las bases de la paz duradera, un sistema político democrático y moderno que garantizase la justicia social y el avance tecnológico.

 Lamentablemente la etapa de “transición política” nunca fue revisada y con el paso del tiempo España ha ido involucionando al estado social que imperaba antes de la República. No perderemos el tiempo hablando de la Casa Real ni de la oligarquía, de los bancos, Iglesia y partidos políticos, porque todos sabemos que, salvo contadas excepciones, se trata de personajes dados a una forma de vida que prescinde de los principios morales. En lugar de ello miraremos hacia el resultado de la falta de justicia y el efecto que ha dejado en la memoria colectiva.

Que la Segunda República demostró ser un experimento mal llevado, protagonista de excesos y crímenes imperdonables, es cierto. Que pagó por todo ello con creces también lo es. Contra la República se levantaron en armas la oligarquía, Iglesia y Ejército y la sustituyeron con una dictadura fascista. Para ello se aliaron con el peor y más sanguinario enemigo de la humanidad, Adolfo Hitler, sin que una sola gota de moralidad hiciese temblar sus manos. Persiguieron a los dirigentes republicanos y simpatizantes más allá de las fronteras de España, una persecución que se extendió a lo largo de 45 años de torturas, asesinatos masivos y sistemas de esclavitud que nadie podrá esconder ni justificar porque el Valle de los Caídos es el testigo mudo de ese horror.

La “transición política” ofreció unos años de tranquilidad social que permitió a ETA bajar las armas, aunque pronto comprendieron que los enemigos de la libertad continuaban al frente del país. Renacieron sus atentados, aunque ninguno tan sonado como el que enseñó a Carrero Blanco los rudimentos de la aviación. Los actos de ETA duraron hasta 2011, cuando anunció que dejaba la guerra armada. Todavía no ha entregado las armas, ni lo hará, en previsión de lo que el Gobierno de España pudiese hacer contra sus intereses políticos.

 Desde 1930 nadie ha pedido perdón por sus crímenes, nadie ha ofrecido repararlos, nadie ha expresado remordimiento y desde 1978 el Gobierno de España ha impedido que los crímenes de la Dictadura sean juzgados. Los verdugos se mantienen erguidos enarbolando su derecho de matar para “salvar a la Patria”, aunque es evidente que solo mataban para resguardar e incrementar su hacienda.

Este 21 de Octubre, el Tribunal de Estrasburgo ha sentenciado contra la Doctrina Parod impuesta por España, que castiga el crimen y especialmente el terrorismo, de manera especial. Los gritos de las víctimas de ETA han vuelto a escucharse para rechazar la liberación de sus verdugos, un clamor que me recuerda el silencio de las víctimas del fascismo español y el llanto de quienes nunca han podido enterrar los restos mortales de sus seres queridos, porque el Estado obstruye su derecho a encontrarlos.

Los terroristas etarras operaban bajo la persecución armada de España y Francia. Los terroristas de Falange en cambio, mataban con la autorización y protección del Estado Español ¿Quiénes resultan más repulsivos? Los dos son igual de cobardes; ambos mataban sin darle oportunidad a sus víctimas de defenderse,  ni siquiera de explicarse. Unos mataban con tiros en la cabeza y los otros con bombas bajo el coche. Los fascistas mataban vistiendo uniformes de la Guardia Civil o camisas negras y los etarras disfrazados de gente decente.

Hasta este momento los etarras no han pedido perdón a sus víctimas; los fascistas tampoco ¿Han sugerido los etarras que se arrepienten de sus ataques? En absoluto y los fascistas tampoco.  Las diferencias quizás se limitan a que ETA ha sido y sigue siendo perseguida por el Gobierno de España y en cambio  la Falange continúa siendo públicamente condecorada por sus crímenes, como hiciera la Representante de Madrid en Barcelona a comienzos de este año.


Lo siento por las víctimas, de uno y otro bando, yo entre ellas porque el odio continuará vivo en España hasta que se castigue a todos los criminales que siguen libres, igual que siguen vivos los símbolos de ambos bandos. El odio de las víctimas continuará enfrentando a los españoles mientras los protagonistas de los crímenes sigan impunes o peor aún, recibiendo condecoraciones y disfrutando de las ganancias. Por ello el odio en España se sigue cocinando en una olla que tarde o temprano puede explotar y revertir la historia al primer cuarto del siglo pasado.





domingo, 20 de octubre de 2013

LOS MUROS INVISIBLES

Las civilizaciones sedentarias, aquellas que en su momento decidieron establecerse permanentemente en algún lugar, se vieron obligadas a construir muros. Los excavadores han encontrado entre los escombros muros de todo género, a cual más portentoso, algunos con más de 4000 años de antigüedad. En el Asia Central encontraron muros construidos de paja mezclada con excrementos de camellos, los celtíberos los levantaban apilando piedras y en México y Perú los construyeron con grandes bloques tallados en piedra.  Todo ello obedecía a la necesidad de modificar la Naturaleza cambiando el nivel del suelo o ampliando territorios, parando a sus enemigos o amansando ríos.


Además de los muros físicos, la raza humana también ha creado muros invisibles, barreras que le han permitido aprisionar culturas o repeler agresiones filosóficas extrañas. Estoy hablando de las tradiciones identitarias de los diversos asentamientos humanos que han poblado el Planeta, de sus costumbres, idiomas, cánticos, religión y creencias. Todas ellas constituyen barreras que separan y engloban, según sea la fuerza y argumentos de cada uno.

A través de la Historia, los herederos de esos muros invisibles  se han comportado de muy diversas maneras hacia sus vecinos. Algunos los ignoran al estilo indio y otros defienden su cultura a cualquier precio, como el pueblo judío. Los romanos se han apropiaron de la cultura griega sin cambiarla, para luego abarcar el mundo conocido mediante conquistas “civilizadoras”. Existen pueblos que llevaron sus muros invisibles más allá del horizonte, esclavizando física y espiritualmente a otros pueblos, como hicieron España y Portugal en América.


El ejemplo más sobresaliente lo constituye una cultura que 70 años atrás pretendió arrasar Europa para imponer sus creencias. Estamos hablando del Tercer Reich, cuyas hordas destruyeron muros defensivos, bombardearon pueblos y ciudades, destruyeron y conquistaron naciones aterrorizadas, pero los muros invisibles de los vencidos permanecieron a pesar de veintitantos millones de muertos.

Cataluña es otro ejemplo vivo de la barbarie que continúa. Tras arrasar sus campos y ciudades a sangre y fuego en Septiembre de 1714, las tropas conjuntas de Francia y Castilla tomaron Barcelona. De la otrora primera democracia europea solo quedaron en pié algunos restos de sus murallas defensivas y una docena de casas en el barrio del Born, que luego fueron arrasadas para dar paso al monumento de la Ciudadella, erigido en honor de los vencedores.
Franceses y castellanos se apropiaron de Cataluña, eliminaron sus instituciones políticas, instituyeron el terror, impusieron sus leyes feudales y siguieron bombardeando Barcelona de tanto en tanto para ratificar su dominio. Los últimos bombardeos masivos contra Cataluña tuvieron lugar en 1937 y 38, encargados por Franco a la aviación de Mussilini. 


A pesar de tantos bombardeos, el muro invisible catalán continua intacto. Cataluña ha soportado trescientos años de deformaciones de la Historia, prohibiciones del catalán con agresiones a quienes lo hablasen, boicot a las artes  e imposición del español como lengua única. Castilla ha pretendido imponernos sus costumbres hasta llegar al colmo de invadir Cataluña con españoles de distintos orígenes que triplicaron nuestra población.


En pleno Siglo XXI España sigue empeñada en erradicar el catalán con leyes educativas y normas jurídicas. Ha pretendido imponer las corridas de toros como fiesta nacional y prohibido festividades autóctonas. Al mismo tiempo se lleva el fruto de nuestro trabajo para mantener el ejército de chulos y cortesanos de la política española y sus fuerzas armadas, verdugos históricos de los catalanes. La relación de España y Cataluña se ha caracterizado por una cadena histórica de agresiones y agravios que han impedido la integración de ambas culturas.

Es una verdad comúnmente repetida que España ha hecho muy mal  o dejado de hacerlo bien a lo largo de 300 años, para que los catalanes no hayamos aceptado su cultura ni identidad. Las agresiones persistentes del Gobierno Español han dado como resultado más catalanes radicales y anti-españoles.

Por otra parte, las sucesivas migraciones masivas de andaluces, aragoneses y extremeños llegados a Cataluña en busca de trabajo en los siglo XIX y XX, se asimilaron y engendraron más catalanes que, hastiados por el asedio español, se han sumado al grito de independencia y formado parte de la cadena humana que este año unió Francia con Valencia, 1,6 millones de ciudadanos a los largo de 400+ kilómetros de tierras catalanas. 

Bien sabemos de las vicisitudes que enfrentaremos en la lucha que hemos emprendido y estamos conscientes de las barreras que tropezaremos, pero cualquier precio es poco si con ello dejamos de ser vasallos del Reino de España.