miércoles, 17 de septiembre de 2014

GOBERNAR MANDANDO o MANDAR OBEDECIENDO



Es evidente y notorio que Madrid no entiende a Cataluña. Nunca ha hecho el intento por entenderla. Al fin y al cabo Cataluña fue sometida por la fuerza en varias etapas de la historia y su pertenencia a España responde al hecho consumado de la conquista a sangre y fuego. Quizás sea esta la razón por la que Madrid no siente afecto hacia esta parte de la península Ibérica; si la apreciara habría hecho el esfuerzo por respetar su población, sus tradiciones y su cultura hasta integrarla al Reino, como supo hacer Francia. En vez de atraer a los catalanes con bondades castellanas, Madrid siguió su "exitosa" historia de fracasos americanos y gobernó mandando pero nunca convenciendo.

Antes de desaparecer como reino mediterráneo, las autoridades de Barcelona, ya fuesen miembros de derecho, designados o elegidos, mandaban por delegación de sus representados. Sus autoridades mandaban obedeciendo a su razón de ser. Se trataba de privilegios populares que los Borbón eliminaron en 1714 con el Decreto de Nueva Planta, en la creencia de que la siguiente generación de catalanes olvidaría el sometimiento y abrazarían con entusiasmo el totalitarismo castellano. No fue así y a lo largo de 300 años ese pueblo sometido por Madrid siguió convencido de que las autoridades deben mandar obedeciendo a los intereses de la población.


 Desde hace tres años, cada 11 de Septiembre, Cataluña celebra La Diada saliendo masivamente a la calle recordando que en esa fecha de 1714 perdimos la condición de ciudadanos para convertirnos en siervos y para refrescarle la memoria a nuestras autoridades con el principio de subordinación al pueblo. Deben mandar obedeciendo el mandato recibido en las urnas.








Madrid y los españoles en general no pueden comprender la filosofía catalana porque son diferentes: los gobernantes de Madrid mandan y sus siervos acatan en silencio. Que el President Mas y el Parlament obedezcan los mandatos populares son un absurdo incomprensible para la élite española, un esquema fuera de su lógica absolutista. Por eso se niegan al diálogo y hablan de acatar la ley, empleándola como una camisa de fuerza en vez del instrumento que debería proveernos de la mayor felicidad posible. 

Que los políticos madrileños y sus mandantes españoles se resistan a aceptar esa relación ciudadanía-gobierno que rige en Cataluña es comprensible, pero que supuestos intelectuales y politólogos españoles se alarmen y califiquen de imposible esta realidad solamente demuestra que jamás han salido de su condición de siervos ilustrados. 

El colmo de los colmos, para esos "intelectuales" es que el poder de convocatoria y organización de la sociedad catalana esté en mano de la Asamblea Nacional Catalana y Omnium Cultural, ambas dirigidas por mujeres y constituidas por miles de ciudadanos ajenos al Gobierno. En Madrid han calificado este hecho de "absurdo político y. casi abstracto, que sean estas organizaciones las que exijan a los partidos políticos y al Gobierno catalán que ponga las urnas en la calle el 9 de Noviembre para decidir nuestra relación con España, Europa y el mundo.

España debería haber empleado la palabra en vez de espadas y cañones. De haberlo hecho, quizás los catalanes, aunque seguiríamos siéndolo, sentiríamos la bandera española como propia. Hoy es demasiado tarde. 





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