sábado, 13 de septiembre de 2014

LA COSECHA DEL ODIO


El PARTIDO POPULAR ha recibido muchas críticas e insultos, la mayoría merecidos, debemos admitirlo. El PP está hundiendo a España en el peor pozo de miseria de la era moderna y si bien es cierto que su socio, el PSOE, dejó al país en un hueco en 2002, el PP ha cavado más hondo para hundirlo profundo y luego ha vomitado sobre su víctima.  

Claro está que ambos, PP y PSOE, solo han estado obedeciendo a los verdaderos dueños de ese piltrafa llamada España: los que manejan el dinero, los que estafan con preferentes basura y nos roban a todos, con Florentino Pérez a la cabeza que, de cobrar los 1.400 € millones como "indemnización" por los terremotos causados en Castellón y Tarragona, le habrá robado otros 3.500 € a cada uno de los súbditos del Reino. 
A pesar de lo dicho, el PP tiene una virtud innegable, casi exclusiva en la Europa moderna: su capacidad para generar el odio. Unicamente su antecesor y modelo político, el Partido Nazi Alemán, lo ha superado en esa habilidad, pero eso se debió al uso que dio a las cámaras de gas y hornos crematorios. Quizás sean estos detalles los que han llevado a Mariano Rajoy y su banda de indeseables a matar de hambre y dejar sin techo a cientos de miles de familias españolas mientras sus jefes, los grandes estafadores y empresarios ladrones se enriqueces groseramente.

La siembra de odios del PP, demostrada en tantas oportunidades, ha dividido nuevamente a España, resultando en una cosecha millonaria de renegados, enfrentamientos entre las regiones hasta convertir a miles de nacidos en la Península en enemigos irreconciliables. Yo soy una de sus víctimas, catalán de nacimiento con raíces en Aragón, que hasta hace 6 años me consideré español y que hoy, gracias al PP, siento asco cada vez que me veo obligado a enseñar el DNI. De hecho he dejado de viajar por España para evitar el desdén y a veces los insultos, que la hez española se complace en dirigirme.

Ese odio sembrado por el PP contra Cataluña es el que me induce a reír cuando me entero de que el Museo del Prado está en quiebra, o al constatar que el Rey Juan Carlos es un despojo despreciado por la Reina Sofía, la alegría que me brindan los árboles asesinos de los parques de Madrid o las derrotas de los equipos de fútbol y basquetbol de la gloriosa España. El odio que han sembrado contra nosotros me hizo caer de risa cuando vi el ridículo olímpico de Madrid ante el mundo o los paisajes deliciosos de la basura putrefacta en las calles de España.

Reconozco que el accidente aéreo de Barajas, aquel avión que se dirigía a Canarias, me causó una inmensa pena en su día. En cambio la escena del descarrilamiento del AVE en Santiago, aquel tren lleno de gallegos, esos que odian tanto a Cataluña, me deleitó en grado sumo. Solamente lamenté que la plana mayor del PP no hubiera estado en el primer vagón.

El odio que ha sembrado el PP contra Cataluña ha generado desprecio y asco, inicialmente hacia los que lo siembran y después hacia los españoles. En mi caso, como en algunos paisanos que conozco, ha conllevado algunas pérdidas. Hoy rechazo todo lo que huela a España y zarzuelas como Los Gavilanes o La Revoltosa, con las que antaño me deleitaba, se han vuelto recuerdos viles de un país miserable; el jamón de Teruel me sabe a sal. Hoy miro las fallas de Valencia cual simples muestras de chabacanería barata y la sidra asturiana me parece un vulgar zumo de manzana fermentado. Llego a pensar que si Madrid sufriera un desastre natural, yo haría propaganda para que los catalanes nos abstuviéramos de ayudar a salvar vidas de esa chusma maloliente. 

Cargaré con esas pérdidas, igual que tolero el Estatut Catalán troceado y ridiculizado, hasta el día en que logremos salir de la cloaca en la que PP y PSOE nos han metido. Esperaré hasta ver el Sol, para que despierten nuevamente mis ansias de vivir a plenitud y remozar mis amores.

El odio que ha sembrado el PP es inconmensurable, infinito. En cambio los catalanes, la mayoría, solamente sentimos desprecio. Para muestra un botón: en La Diada de esta semana, un imbécil que buscaba guerra llevando una camiseta con "ESPAÑA" grabada a la espalda, casi pasó desapercibido. Durante la media hora que le seguí, nadie le tomó en cuenta, salvo para reírle de la estupidez. 

Repito: lo que sentimos la mayoría de catalanes hacia España es desprecio mezclado con una buena dosis de asco. Por eso le envío el único mensaje que me sale del alma:

ESPAÑA: VETE A LA MIERDA


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