miércoles, 17 de diciembre de 2014

JIHADFOBIA: UNICA ESPERANZA DE VIDA



No se trata de xenofobia sino de JIHADfobia, un sentimiento que obedece al instinto de supervivencia. Lejos de haber desarrollado el odio hacia los extranjeros, hemos respondido al temor a los terroristas del Islam y su afición brutales al asesinato colectivo, terror a que nos vuelen por los aires cuando estamos comiendo un helado con nuestros hijos o secuestren una de nuestras hijas para entregársela como esclava sexual a cualquier bestia asesina de la Jihad islámica.

En Francia los seguidores del Islam representan un problema mayúsculo derivado de su falta de integración social y empeño para imponer sus creencias y bárbaras costumbres a nuestra sociedad, desde el sometimiento de las mujeres hasta el castigo sin límites de la desobediencia a la autoridad del macho. 


En Dinamarca, donde los musulmanes en mayoría han tomado el poder local de algunos ayuntamientos, han prohibido las festividades religiosas cristianas y la celebración de la Navidad, claro ejemplo de su intolerancia a cualquier filosofía que no obedezca ciegamente al Corán. En España los musulmanes se aprovechan descaradamente y con planificación detallada, de los recursos destinados a socorrer familias en estado de pobreza y encima tienen el descaro de amenazarnos con apropiarse del país y echar los españoles al mar. 

Los musulmanes residentes en Inglaterra se han apropiado del negocio de la restauración barata y alimentación, sin mostrar el más mínimo esfuerzo por adaptarse al país. Su desprecio a la cultura inglesa está patente en el desprecio que demuestran ante el asesinato de un soldado a manos de un musulmán extremista

En Alemania han hecho uso descarado y a tal extremo de las ayudas sociales, que la población está reaccionando con violencia. Convocados bajo el lema "PEGIDA" (Patriotas Europeos Unidos Contra la Islamización de Occidente), los alemanes están decididos a impedir que las mezquitas sigan inundando el horizonte de Bon y otras ciudades, que las alemanas sean calificadas de "puta" por llevar el pelo y piernas a la vista y que las niñas alemanas nacidas bajo la señal del Islam, están condenadas a la esclavitud disfrazada de matrimonio.

De la islamización europea debemos culpar a los Gobiernos de Europa. Bajo la premisa de que necesitamos inmigración, han abierto la puerta a la cultura más retrógrada: el ISLAM. Es esta una sociedad enceguecida por el Corán y sus enseñanzas bestiales, que considera a la mujer una simple propiedad del macho destinada a servirle y darle hijos, un ser despreciable al que debe educarse con el empleo de la fuerza y el castigo físico si son necesarios. Una cultura que permite al hombre violar y matar a cualquier mujer que no obedezca sus deseos. Una religión que, inevitablemente manejada por los imames, pregona sin cortapisas la extensión de la fe con la espada y cuyas atrocidades más elocuentes podemos ver en los prisioneros degollados ante las pantallas de la televisión y sus cabezas sostenidas orgullosamente por niños que no han cumplido los 8 años.

Mientras que chinos, europeos nórdicos, ucranianos, africanos y latinoamericanos se adaptan con relativa facilidad al país que escogieron para labrarse una nueva vida, los musulmanes solo buscan en Europa un medio para vivir cómodamente mientras establecen nuevas mezquitas y planifican agresiones activas y pasivas a la civilización que los ha acogido. Los crímenes que cometen entre ellos mismos y contra sus prisioneros, europeos o asiáticos, se parecen mucho a los atentados que han cometido y continúan protagonizando en Occidente: Madrid, Londres, Nueva York... 

Que se maten entre ellos poco me importa y que conviertan a sus hijos en asesinos precoces para satisfacer el Islam no pasa de ser un problema entre bestias, pero de ahí a permitir que sigan invadiéndonos para cumplir sus mandatos religiosos y propósitos criminales, es otro cantar. Ya sabemos qué podemos esperar de las autoridades de cualquier país musulmán si un occidental pretendiera violar las leyes del país: sería encarcelado y seguramente asesinado ¿Por qué entonces, debemos nosotros tolerar que esa chusma destruya nuestros países?

¿Acaso hay excepciones a esa inmigración indeseable? Desde luego que las hay, personas que nos respetan como país, pero son EXCEPCIONES y la convicción de la sociedad actual es que los musulmanes constituyen un factor de inquietud social y de peligro físico para las personas. Estamos cansados de ver que las dos o tres esposas de Muhamad reciben subsidios y ayuda alimentaria, ayudas para el piso alquilado, cheques para el agua y la electricidad, libros para sus hijos y ropa para todos, mientras Muhamad trabaja en Marruecos y viene cada tres meses conduciendo un Mercedes, para cobrar la PIRMI y de paso preñar a sus mujeres y asegurarse de que la tarjeta sanitaria siga vigente.


La población española tiene la impresión de que las asistentas sociales ante las que acuden para pedir ayuda, los rechazarán de inmediato a menos que se llamen Hakim o Mustafá. Peor todavía si la española demandante de ayuda no viste burka o tapa su cabeza con un pañuelo. Si además, cada vez que Hakim o Mustafá se cruzan con una española en la acera, la toman por puta y exigen con descaro que se acueste con ellos, la relación entre el colectivo musulmán y el resto del país se vuelve imposible, como está sucediendo.
Lo incomprensible de la situación planteada es que, además de ser beneficiarios gratuitos de tantos beneficios sociales, los árabes se consideren maltratados y exigen públicamente mejores condiciones de vida, más ayudas públicas y libertad para modificar nuestra cultura, acabar con nuestra forma de vida, burlarse de nuestros valores sociales y convertir Europa en un campo de batalla como el que dejaron atrás en Africa y Asia, donde millones han sido condenados a muerte por los versos del Corán que mil seiscientos años atrás inventó el pretendido Profeta mientras cometía alguna atrocidad.


Para agravar la peligrosidad de la colonia musulmana en Europa y bajo la excusa de la libertad religiosa, nos vemos obligados a aceptar costumbres denigrantes en la indumentaria femenina que eliminan su personalidad. No pasa de ser estrategias para asegurar el anonimato de la mujer y obligarla a parecer inexistente. El burka al que nos referimos, también es utilizado habitualmente como disfraz para cometer atentados, pues nunca se sabe si quien se esconde bajo esos trapos es una madre de familia, un criminal disfrazado o si ella o él llevan una bomba sujeta al cuerpo, como ha sucedido tantas veces dejando millares de muertos.

¿Acaso nuestros gobiernos pretenden que nuestros hijos hereden ese salvajismo de sus vecinos? ¿Es que no han habido suficientes demostraciones en vivo de la barbarie que esa gente lleva consigo a dondequiera que van? ¿Es que todavía pensamos que con democracia y paciencia transformaremos a esos asesinos potenciales, a sus imames fanáticos de la violencia en ciudadanos capaces de convivir con nuestra cultura? ¿Seguiremos haciendo el papel de imbéciles y aceptando que Qatar patrocine con su petróleo la ola de terror internacional mientras patrocina actividades deportivas en Occidente y se pavonea abanicando sus dólares ante nuestra mirada estúpidamente respetuosa?

La respuesta a todas esas interrogantes debería ser un NO rotundo. Enfrentemos el problema antes de que continúe creciendo y nos ahogue en la vorágine del cáos y la muerte colectiva. Salvemos a nuestras familias antes de que cualquiera de esos líderes pro-jihadistas promueva un rapto colectivo de niñas y mujeres con un desenlace imprevisible, como sucede en el mundo musulmán. Es preferible enfrentarse al problema que seguir escondiendo la cabeza y negando una situación que nos desbordará sin remedio. 

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