lunes, 12 de enero de 2015

CERDOS: ESTRATEGIA CONTRA LA YIHAD


A la vista de los atentados de París, así como la crueldad criminal desplegada contra personas indefensas, cualquiera pensaría que estamos a merced del Islam cuya verdadera esencia pocos conocen. Los expertos en islamismo que han hablado en los programas de opinión (los que he tenido la oportunidad de escuchar) aseguran que el ataque yihadista contra Occidente apenas ha comenzado. Sus previsiones son alarmantes y las recetas preventivas más bien pobres. O sea, que estamos a merced de los seguidores del Corán, 


No me referiré en esta columna a los temas tan manidos de este asunto, como la imposible integración musulmana a Occidente, sus prácticas bárbaras contra la mujer o el peligro de los estudios sistemáticos del Corán y sus directrices para eliminar infieles. Solamente aportaré una estrategia que podría ayudar en la lucha contra el terrorismo islámico. 


Bien es sabido el fanatismo que alimenta a los que practican la fe musulmana. Ese fanatismo es adquirido en las madrazas, escuelas coránicas que someten los niños al lavado cerebral con la lectura sistemática del Corán, sin  explicaciones ni tolerancia a las dudas. En las madrazas el Corán se aprende de memoria, letra a letra, y se acepta como la palabra absoluta de Alá, ese Dios inmutable e intolerante que rige el Islam y en cuyo nombre se cometen todos los abusos y crímenes que rigen la sociedad musulmana.

En esencia, el Corán constituye un modo de vida para el desierto de Arabia bajo las condiciones sociales y climáticas de hace 1600 años. A ello se debe la obligación de lavarse únicamente los pies para entrar a la mezquita, porque no había agua para asearse de cuerpo entero. También explica la poligamia con la que corregían la falta de ejemplares masculinos por muertes inevitables en las caravanas comerciales del desierto y las interminables guerras entre tribus. 


Son esas condiciones existenciales de la Arabia del Siglo V las que explican la esclavitud de la mujer y las limitaciones alimentarias, entre ellas la prohibición de comer cerdo, un animal que antiguamente propagaba la terrible enfermedad conocida como triquinosis, una especie de gusano diminuto que alojaba sus huevos en las carnes del cerdo. Quienes consumían aquellas carnes sin someterlas al fuego, se contagiaban con la triquinosis, que desarrollaba sus larvas y se alimentaba con las vísceras del huésped humano hasta matarlo. 


Desde el siglo pasado la triquinosis ha sido erradicada de los cerdos, pero el Corán es inflexible en su prohibición bajo pena de no poder ingresar al Paraíso musulmán, un mundo espiritual pleno de placeres para el paladar y de jóvenes y hermosas vírgenes dispuestas a abrir las piernas ante cualquier hombre.

Algunos "expertos" recomiendan no confundir el Islam con el totalitarismo terrorista, algo así como desconocer la relación entre las olivas y las aceitunas. Un miembro destacado de la colonia musulmana en Madrid aseguraba ante las cámaras que el Islam es una filosofía de paz y convivencia, de amor hacia la humanidad y tolerancia hacia las otras religiones, aunque no explicó por qué los jefes islamistas, los que dirigen y arman a los terroristas para asesinar gente inocente en las calles del mundo árabe y en Occidente, son inevitablemente guías religiosos del Islam. 
No explican por qué el Ejército Islámico, ese que degüella y fusila prisioneros por millares, está dirigido por jefes religiosos. Evitó referirse a los que detentando el título de "imam", gritan órdenes incendiarias en las mezquitas y los mineretes para que exterminen los infieles.







El perfil psiquiátrico de estos asesinos responde básicamente al fanatismo musulmán: gente criada en la memorización irracional del Corán como ley única y suprema, unido a la aspiración de ganarse el Cielo. Según el Corán, ese Cielo podrán alcanzarlo llevando una vida virtuosa a la manera del Islam o asesinando unos cuantos cristianos y judíos en los ratos libres. 
Contra más infieles asesinen (no musulmanes), más pasteles de miel comerán y más virgencitas podrán desvirgar en el Cielo prometido. 

Varios son los actos sociales y religiosos que mancharían la virtud islámica de estos asesinos impidiéndoles su entrada al Cielo, entre ellos no rezar 5 veces al día mirando a La Meca, no maltratar y educar como animales de su propiedad a sus mujeres e hijas (a veces en público), poner en duda las órdenes de un iman, olvidar la obligación de maldecir e insultar a los infieles 20 veces al día, olvidarse de desearle la muerte a su vecino... 
Sobre todos éstos y muchos otros pecados, existe uno imperdonable, super-gravísimo, que condena a cualquier musulmán al Infierno sin posibilidad alguna de redención: comer o tocar carne de cerdo. 
El delito tipificado en el cerdo es aún más grave que asesinar cincuenta o cien niños en una escuela, más degradante que acuchillar a un anciano dormido en su cama. Hasta tocar accidentalmente la carne de cerdo es pecado fulminante. 
Ni siquiera pueden olerlo porque su alma quedaría contaminada para siempre. Por lo visto, antes que tocar un cerdo es preferible cometer la cobardía de rematar un herido en el suelo, degollar un prisionero indefenso o ametrallar doscientas mujeres con sus niños en brazos en la mezquita del pueblo vecino. Esos actos no son calificados de pecado por el Islam.

No hemos encontrado explicación razonable para quitar el pecado del cerdo de las páginas del Corán, salvo que Mahoma hubiera sufrido una grave indigestión por un atracón de cerdo a la parrilla. En venganza habría decretado la prohibición de ese manjar por los siglos de los siglos, pero he aquí que en ese temor al Infierno podríamos encontrar una estrategia complementaria para inducir en los musulmanes el temor a matar. Se trata del aprovechar la contaminación espiritual del cerdo para disuadir a los extremistas. 


Los terroristas más sanguinarios podrían ser envueltos en pieles de cerdos y garantizar que sus cadáveres estuviesen envueltos en el pecado. En ciertos casos emblemáticos aprovechar la autopsia para rellenarlo con vísceras de cerdo. De esta manera los terroristas muertos en Europa quedarían unidos a un cerdo por toda la eternidad. Privados por este método del Cielo, ya no podrían atragantarse con pasteles y disfrutar de vírgenes celestiales por los siglos de los siglos. Ante tal castigo afirmo que 


 Los terroristas dejarían de actuar con tanta decisión 
si supieran que al morir matando en Europa
 irían al Infierno envueltos en carne de cerdo. 


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