martes, 30 de septiembre de 2014

HISTORIA DE UN DESAMOR



Que la imagen de España se ha desdibujado notoriamente entre los catalanes, es evidente. Quienes no quieran verlo pueden seguir con los ojos vendados, como hacen los dirigentes del casi extinto PPC. Ellos hablan de división entre catalanes, siendo en realidad una relación de 90% de ciudadanos independentistas contra 10% de añorantes españolistas.

En relación al sentimiento patrio podemos afirmar que en Cataluña existen actualmente varias tendencias emocionales hacia España:

Españoles españolistas: aquellos que han venido a nuestro lado con la idea de pisar tierra conquistada. Independientemente de sus éxitos y fracasos, estos activistas expresan su odio a Cataluña como si se tratara de un acto indispensable para ratificar su españolidad. Si incluyeramos entre los seguidores de este sector a los activistas de la Falange, los descendientes de la División Azul, el núcleo duro del PP y Llanos de Luna, este sector de la población podría representar un 4% de la población.

Catalanes españolistas: Constituyen una buena parte de eso que llaman "ciudadanía silenciosa". Provienen de diversas raíces, algunos son descendientes de españoles llegados en épocas recientes, otros se deben a intereses eminentemente económicos o políticos. En total podrían sumar un 8% de la población.

Catalanes ambivalentes: se reconocen como españoles y catalanes a partes iguales. Sumarían un 42% de los habitantes, repartidos entre independentistas y federalistas, en proporciones difíciles de determinar, pero seguramente en proporciones equivalentes. 


Catalanes antiespañolistas: Abiertamente independentistas, algunos relativamente moderados (aunque dispuestos a pagar cualquier costo para independizarse) y otros abiertamente radicales que expresan en la calle su odio a España, país al que consideran el país enemigo. Ambos sectores de la población sumarían actualmente aprox. al 48%  y van en aumento.

El cuadro que sigue más abajo, muestra la evolución emocional de los catalanes con relación al independentismo y la desafección emocional creciente hacia España.


Es interesante observar que el independentismo siempre ha superado al antiespañolismo y que ha crecido manteniéndose por encima de este último, aunque en Septiembre de 2011 casi se tocaron.


No hay estimados realmente confiables del grado de antiespañolismo radical en Cataluña, lo cual se explica por la reticencia natural de los entrevistados a confesar sentimientos adversos hacia la autoridad, pero creemos que el rechazo abierto a España, desde la simple animadversión hasta el odio, es un aspecto importante a tomar en consideración por España, porque constituye una desafección irreversible, un sentimiento que el Estado Español ha cultivado sin pausa a través del tiempo. 


Otro aspecto del gráfico a tomar en consideración tiene que ver con los actos del año 2006, cuando el Partido Popular inició la campaña de descrédito y un boicot contra Cataluña, hasta culminar exigiendo al Tribunal Constitucional que declarase inconstitucional el Estaut. En ese año la tendencia de Cataluña hacia la independencia empezó a tomar cuerpo y notoriedad, igual que el rechazo abierto hacia España. Tras cuatro años de retrasar su sentencia, a mediados de 2010,  el Tribunal Constitucional destrozó el Estatut que había sido aprobado previamente en las Cortes y refrendado mediante referendo en Cataluña. La sentencia fue entendida como una burla grosera a los catalanes y el independentismo se disparó. 


Este afán independentista catalán nunca ha sido debidamente evaluado por España ni entendido por sus autoridades y analistas políticos y sociales. Lejos de haber brotado espontáneamente en Cataluña, el independentismo ha sido sostenidamente alimentado desde Madrid, cuyo prepotente autoritarismo leguleyo pretende manejar al país con leyes anacrónicas y juicios amañados. El independentismo tampoco constituye una tendencia generada desde los ámbitos de la política, mucho menos por Artur Mas; en realidad es una reacción eminentemente popular contra España, una decisión que a estas alturas no tiene marcha atrás. 

El conflicto entre España y Cataluña ya no puede resolverlo el Tribunal Constitucional, ni siquiera tratándose de un organismo que fuese neutral y confiable, porque la autoridad recae actualmente en la población de Cataluña, que no concede credibilidad ni admite condición moral a las autoridades constituidas. 

Tampoco podrían arreglar el conflicto PSOE y PP y los supuestos cambios a la Constitución, ni siquiera con negociaciones entre Rajoy y Mas, como pretendió infructuosamente este último cuando se reunió con Rajoy en La Moncloa para plantear un nuevo pacto fiscal. Ese día de 2012 Mas recibió un portazo por respuesta, otro desplante que mereció los aplausos de la grada madrileña y disparó el clamor de "independencia" en Barcelona. 


Un intento posterior de diálogo frustrado, la solicitud escrita de la Generalitat al Gobierno para analizar 
23 puntos conflictivos en las relaciones entre Cataluña y España (económicos, fiscales y culturales) también ha pasado a la historia por falta de respuesta. 

Hoy por hoy, la solución al conflicto ha escapado de las manos de España y está circunscrita al pueblo catalán, específicamente e inevitablemente en las urnas. No aceptaremos soluciones tras bambalinas entre políticos ni grupos económicos. La Moncloa y su séquito de voceros harían bien en comprender que el President de la Generalitat, cuando firmó la convocatoria de referendo consultivo en un escenario de pompa y circunstancia, solo estaba obedeciendo un mandato popular y cualquier proyecto de convenio que surgiera en futuras conversaciones con España, habrá de ser analizado públicamente y votado en referendo. YA NO QUEDA OTRO CAMINO.


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